La conclusión de un sermón es un momento peligroso para el predicador. Él acaba de pasar de 30 a 45 minutos en un diluvio expositivo, volcando su estudio y su celo sobre su congregación. Las diez a veinte horas de preparación para el sermón han quedado atrás como la historia antigua y acaba de abordar su auto para el viaje a casa. Probablemente está emocional, espiritual, y físicamente exhausto.
Si estás llamado a predicar, lo dejas todo en el púlpito.
Yo he estado ahí. Y por los últimos 30 años, he aprendido algunas lecciones valiosas sobre lo que debo y no debo hacer después de un sermón. He aquí tres lecciones claves:
ESPERA UN ATAQUE:
Predicar es buscar pelea con el Enemigo cada semana. Pablo dijo a los corintios: “…agradó a Dios, mediante la necedad de la predicación, salvar a los que creen.” (1 Corintios 1:21). Esto quiere decir que son arrebatados de las manos del “príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia” (Efesios 2:2). Lo que quiero decir es que Dios utiliza la predicación como el medio para cambiar a las personas, para arrebatarlos del dominio del Enemigo.
El lado oscuro tiene una opinión acerca de esa actividad. Tiene que ser detenida. No te engañes pensando que haber comunicado el mensaje te quita de su mirilla. La preparación del mensaje, con su estudio de las Escrituras, la meditación y la oración, tiene beneficios protectores. Después del sermón, típicamente te sientes agotado y vacío, lo cual es otra manera de decir que estás en una posición vulnerable a un ataque.
La carne también está trabajando duro. Predicar provoca la tentación. Por un lado está el orgullo de cómo Dios te está usando, y por otro la condenación por cómo Dios no te está usando. Para completar, está el mensaje per se, en el cual has hablado muchas palabras, sabiendo que “En las muchas palabras, la transgresión es inevitable…” (Proverbios 10:19).
Donde predican los hombres, abundan las faltas.
Si has predicado por cualquier cantidad de tiempo, ya sabes que cada mensaje tiene sus deficiencias. Bueno, pues esas deficiencias se ponen muy amistosas los domingos por la tarde y deciden venir de visita. ¡No les abras la puerta! Invadirán tu casa, perturbarán tu paz y le darán cierto matiz al mensaje a la vista de tus ojos. Te sentirás estúpido. Condenado. Como si todo el sermón se hubiera arruinado.
Hay un tiempo y un lugar para todo bajo el sol. Evaluar tu sermón inmediatamente después de tu sermón te hace odiar tu sermón.
Después de predicar, te debes preparar para los ataques del Enemigo y de la carne. Así como el soldado se prepara para el ataque masivo del enemigo, te debes preparar para ser atacado.
Antes, durante y después de los ataques, corre hacia las buenas nuevas del evangelio. Date cuenta que la predicación se trata del poder de la Palabra de Dios, no del poder de tus palabras. Recuerda que en la historia del mundo no ha habido un modo de expresarse al predicar que fuera tan y tan malo que le quitara el poder a la Palabra de Dios. Dios es suficientemente grande como para permitir que las personas recuerden Sus palabras eternas y se olviden de tus palabras estúpidas. ¿En verdad crees que el propósito de Dios descansa en la calidad de tu predicación? Eso no es lo que tú predicas. El domingo por la tarde es tu momento de aplicar esto.
Después de predicar, prepárate para el ataque recordando que Dios es más grande que tus errores.
ACALLA TU ALMA:
Cuando estás bajo ataque, tu alma estará llena de ruido. Los pensamientos acusadores golpearán a la puerta de tu mente, exigiendo que les prestes atención. O puede ser que vengan las ideas que envanecen, las que hacen que pienses en tí mismo “más alto de [tí] de lo que debe[s] pensar” (Romanos 12:3). En esos momentos, debes acallar tu alma.
Acalla tu alma confiando los resultados de tu sermón a Dios. Acalla tu alma fijando tus pensamientos en Dios, no en tu desempeño. Si te sientes orgulloso, recuerda que tu mensaje no significa nada a menos que Dios lo haga potente. Si te sientes condenado, recuerda que la Palabra no torna atrás vacía (Isaías 55:11). Tu sermón logrará exactamente lo que Dios quiere que logre. Afortunadamente, ¡tú no puedes impedir que se cumplan Sus buenos planes!
Debes ignorar el ataque que estás experimentando y fijar tu mente en las cosas de arriba (Filipenses 4:8). El mejor consejo para un predicador de camino a casa después del servicio es “Estad quietos, y sabed que yo soy Dios” (Salmo 46:10). Hacer esto mantiene tanto a las críticas como a los cumplidos en sus justos lugares.
Una vez has confiado tu sermón a Dios, dale descanso a tu mente. Distráete. Yo necesito de dos a tres horas para reajustarme después de un sermón. Paso ese tiempo leyendo, viendo un programa o aun durmiendo. Cuando nuestros niños eran más pequeños, hacía algo con ellos que me divirtiera o recargara.
Alguien dijo una vez que predicar un sermón equivale a ocho horas de trabajo manual. No estoy seguro si esto es cierto, ¡pero sí estoy seguro de que así es como se siente! Lo importante es cuidar de tu cuerpo y alma para que se recuperen y estén listos para el próximo mensaje.
NO TE PONGAS A PESCAR
Dado que predicar provoca tanto la acusación como la admiración, te sentirás tentado a “ponerte a pescar” cumplidos. Haces preguntas inductivas, diseñadas para provocar respuestas positivas, como para reforzar tu identidad. Yo he hecho esto demasiadas veces. Hay pocas cosas que son más vanas que un elogio forzado. Excepto en las ocasiones en que tal vez estás tratando de pescar un cumplido y atrapas una crítica que te rompe la caña de pescar. Te ayudará recordar que cuando te pones a “pescar”, no sabes lo que va a morder el anzuelo.
A más profundidad, el problema que existe tras esta expedición de pesca es que estamos muy concentrados es nuestra manera de expresarnos. Queremos saber qué impresión causamos, o “cómo se sintió”, como si eso fuera el barómetro de lo que Dios está haciendo o hará. Sentimos la necesidad de colocarnos en un pedestal mediante la aprobación y los elogios de los demás, en vez de confiarnos a Dios.
Es bueno recordar que la mayoría de los predicadores reciben más palabras de ánimo en un mes que lo que muchas otras profesiones reciben en una década. No te pongas a pescar. Y cuando vengan las palabras de ánimo, transfiere la gloria a Dios.
Y por tu bien, no escuches tu propio “podcast”. ¿Por qué? Porque eres demasiado subjetivo al evaluar tu sermón. Invertiste de 15 a 20 horas en la preparación, lo que quiere decir que hace días que la objetividad desapareció del panorama. Si de verdad estás buscando ayuda, escoge a unos cuantos predicadores con experiencia y a unos cuantos miembros de la iglesia en quienes confías y quienes no están pendientes a tu aprobación y reclútalos para que te provean con crítica constructiva. Entonces, dales las gracias sin importar lo que te digan.
CONCLUSIÓN
Charles Spurgeon, de quien se puede decir es el mejor predicador de los últimos 300 años, tiene una cita famosa: “Hace un largo tiempo que no predico un sermón con el cual estoy satisfecho. Apenas recuerdo haberlo hecho.”
¡Y este señor era llamado “El Príncipe de los Predicadores”!
Si a Spurgeon no le satisfacían sus sermones, podemos decir que los meros mortales como nosotros nos encontraremos en la misma situación.
Estemos listos para esos momentos.